Desde mediados del siglo XIX, aparecieron los primeros inmigrantes europeos: los italianos, encargándose de la actividad agrícola urbana y periurbana para abastecer a la ciudad de Buenos Aires. Además de los italianos, hubo otros migrantes, como por ejemplo los portugueses, que también accedieron a esta actividad: “lograron insertarse en el sector industrial y comercial de la economía, así como en la producción de verduras, hortalizas y ladrillos” (García, 2010:4). En la segunda mitad del siglo XIX, las migraciones provenientes de los países limítrofes superaron a las europeas. En este contexto, la figura del migrante boliviano se volvió predominante en la actividad hortícola. Empezaron como peones y algunos lograron ascender en la escala social, pasando a ser arrendatario y hasta el comercio directo en los mercados mayoristas. Las nuevas lógicas de producción y comercialización constituyeron oportunidades para estos migrantes que acompañaron el proceso de incorporación del invernáculo y modernización de los espacios hortícolas bonaerenses. Este fenómeno que se ha registrado en gran parte del país y principalmente en la AMBA es denominado bolivianización de la horticultura y se refiere a la creciente presencia del migrante de origen boliviano en el aporte de mano de obra, producción, transporte y comercialización de verduras.
Tal como lo expresa Matías García (2015), el modelo productivo platense se asienta en 3 pilares fundamentales:
1) El rol del horticultor boliviano en la que se destaca: la persistencia de la autoexplotación, el uso intensivo y no remunerado de la mano de obra familiar, así como también las condiciones de precariedad en su vivienda y trabajo y de arrendamiento de la tierra. Si bien son los principales productores de las explotaciones hortícolas, no son dueños de la tierra que cultivan. “Según estimaciones de un ingeniero agrónomo del INTA, en la zona norte, solo el 5% de ellos pudo acceder a la propiedad” (García, 2010; Pp.8)
2) La explotación de fuerza de trabajo sobre el cual se asienta una parte importante de la competitividad, por cuanto se naturalizan jornadas intensas, largas, posibilitando la extracción del plusvalor y teniendo como consecuencia la precarización del trabajo en la horticultura platense)
3) la tecnología del invernáculo. Siguiendo los estudios de García (2015), el avance de la producción en invernáculos fue una respuesta a la crisis de sobreoferta de la década de 1990 que requirió de mayor especialización y diferenciación productiva. Tras la devaluación en el año 2002, se profundiza la estrategia de adopción del invernáculo, incrementando su superficie desde el 2001 hasta la actualidad en más de 1800 Hectáreas. De esta forma, el modelo platense no solo gano espacio en el mercado bonaerense, sino que también logro ampliar los destinos de comercialización a otras regiones lejanas e imposibles de ingresar (como la ciudad de Rosario, Santa Fe). Según García (2010), el invernáculo tiene una serie de ventajas en las que podemos encontrar el incremento de la producción de hortalizas, una mayor calidad del producto, reducción de tiempos y costos, entre otras. Tal ha sido la magnitud de incorporación de invernáculos en La Plata que en la actualidad se estima que la mitad de la superficie bajo cubierta del país se encuentra en la capital bonaerense, alcanzando las 2500 hectáreas.
Bibliografía
-García, Matías. “Horticultura de La Plata (Buenos Aires). Modelo productivo irracionalmente exitoso”. Rev. Fac. Agron. Vol. 114 (Núm. Esp.1): 190-201. 2015.
-García, Matías. “La renta en la horticultura de La Plata. Causas de su heterogeneidad intra y extra regional”
-Julie Le Gall et Matías García, “Restructuraciones de las periferias hortícolas de Buenos Aires y Modelos Espaciales ¿Un Archipiélago verde?”, EchoGéo, Número 11/2010, URL: http://echogeo.revues.org/index11539.html.com.