En el estudio de los desastres se identifican eventos repentinos que se definen como el origen de la situación de desastres. Estos eventos se pueden clasificar según su origen en fenómenos naturales y tecnológicos, poniendo el foco principalmente en las características particulares y específicas que presentan los procesos que los originan. Los primeros son derivaciones de procesos inherentes a la dinámica funcional de la naturaleza (terremotos, huracanes, tsunamis, inundaciones, entre otros) y los segundos tienen su origen en acciones humanas y la manipulación tecnológica (explosiones industriales o nucleares, guerras, incendios, derrames químicos, etc.) Los fenómenos naturales y tecnológicos constituyen amenazas en determinados lugares donde grupos sociales se encuentran expuestos a su probable ocurrencia. Como es posible observar a la luz de la experiencia, la distinción entre amenaza natural y tecnológica es con frecuencia artificial, dado el alcance de las transformaciones realizadas por las sociedades en las dinámicas naturales.
Cuando un evento repentino afecta a determinada sociedad generando pérdidas materiales, víctimas humanas y alteración e interrupción de su funcionamiento habitual, estamos frente a un desastre. Herzer (1990) sostiene que para que el envento físico se convierta en desastre intervienen un conjunto de acciones humanas. El desastre pone en evidencia un proceso social que lo precede y que está vinculada a las formas de organización de la sociedad, su historia y la forma en que se construye socialmente el riesgo.
En la cristalización espacial de las fuerzas actuantes del entramado social se van confgurando situaciones de riesgo y vulnerabilidad que conforman el estado de situación precedente y causante de los desastres. Efectivamente, el riesgo hace referencia a la probabilidad de que un grupo social se vea afectado por un fenómeno de origen natural o tecnológico que se desarrolle en el espacio geográfco donde se localiza la comunidad (Olcina Cantos, 2008) La probabilidad de que la población sea afectada depende de las condiciones de vulnerabilidad presentes al momento de ocurrencia del fenómeno, por ejemplo: las condiciones socio-económicas, políticas, culturales en las cuales se encuentra para enfrentarlo, el nivel de organización y planifcación de la emergencia, entre otras. Estas condiciones de vulnerabilidad también van a influir en sus posibilidades de recuperación posteriores a los hechos.
Esta mirada desde la Teoría Social del Riesgo, implica desnaturalizar los desastres concebidos desde miradas naturalistas y analizarlos en un contexto socioeconómico y político ya que permiten explicar las desigualdades en la afectación de la comunidad, hecho directamente relacionado con el grado de vulnerabilidad social que tenía previamente a la ocurrencia del fenómeno. Por otra parte, la existencia de diferentes grados de vulnerabilidad en una sociedad encuentra sus causas fundamentales en la desigual distribución de la riqueza y es aquí que su comprensión exige un análisis político acerca del papel que juegan determinados grupos de poder en esta cuestión.
Reconocer las causas sociales y políticas del riesgo permite desprendernos de aquello que Romero y Maskrey (1993: 6) definen como “…mal interpretaciones que turban nuestras mentes e impiden actuar acertadamente…”, haciendo alusión a los supuestos e imaginarios sociales que entienden al desastre como un producto derivado de fuerzas naturales poderosas o sobrenaturales que actúan irremediablemente contra los humanos. Por otro lado, poner en cuestión la preponderancia de lo natural como única variable explicativa de las catástrofes, posibilita superar el reduccionismo propio de las visiones hegemónicas que influyen en la construcción de determinadas subjetividades y tienden a generar “…fatalismo e inmovilismo, cuando no reacciones voluntaristas e inefcaces.” (Romero y Maskrey, 1993: 6)
La gestión del riesgo, implica acciones antes, durante y después del evento de desastre. Cada etapa de requiere de los aportes económico-fnancieros por parte del Estado en sus diferentes escalas de gobierno como así también de la voluntad y esfuerzos destinados a la aplicación de políticas de inversión social. En este sentido, la gestión del riesgo propone acciones en el orden económico, social, cultural y científico para contribuir a la disminución de las situaciones de amenaza y vulnerabilidad generando las condiciones estructurales y particulares óptimas en lo que respecta al desenvolvimiento de las sociedades. En esta cuestión resulta de vital importancia la capacidad presupuestaria y la creación de espacios institucionales que hagan posible la articulación de acciones entre las instancias de producción científica y las de toma de decisión política, en función de superar lo que González (2005) caracteriza como situación de vulnerabilidad institucional, imprevisión y desarticulación entre gestión urbana y gestión del riesgo.
Bibliografía:
González, S. (2005) “Ciudad visible versus ciudad invisible: la gestión del riesgo por inundaciones en la ciudad de Buenos Aires.” Revista Territorio, 13, Bogotá
Herzer, H. (1990) “Los desastres no son tan naturales como parecen”. En Medio Ambiente
y Urbanización. IIED, Nº 30, Buenos Aires.
Maskrey A. (compilador) (1993) “Los desastres no son naturales”, Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina.
Natenzon C. (1995) Catástrofes naturales, riesgo e incertidumbre, FLACSO/ Serie Documentos e Informes de Investigación Nº 197, Buenos Aires.
Olcina Cantos, J. (2008) “Cambios en la consideración territorial, conceptual y de método
de los riesgos naturales.” Scripta Nova, Núm.270, Barcelona.